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Voy a describiros la siguiente situación:


Es la hora de comer, ponemos la mesa, nos sentamos todos y entonces se escucha “no me gusta”, yo le explico que es lo que toca hoy de menú y que se lo tiene que terminar, sigue negándose incluso me aparta el plato. Entonces le digo “si no te terminas el plato no tendrás tu postre favorito”. La persona aún más enfadada tira el plato al suelo y grita. Yo aún más enfadada le digo que se queda sin ver la TV y sin postre.
Vamos a analizar lo ocurrido:

En esta escena ¿quienes creéis que son los protagonistas? Seguramente, habéis imaginado que era un adulto con su propio hijo, un menor. O quizá habéis imaginado que era un monitor con una persona con discapacidad, ya sea adulta o no. Pero ¿alguno de vosotros habéis imaginado esta misma situación con dos adultos totalmente independientes? seguramente no.


De hecho, si viéramos esta escena entre un hombre y una mujer diríamos que es maltrato. Pero entonces, ¿qué pasa con los castigos? pues lo que está ocurriendo aquí es que ante una conducta que a nosotros nos parece preocupante e inadecuada, ponemos una consecuencia desagradable para la persona, pensando que así aprenderá a que la próxima vez no se repita. La pregunta importante para nosotros es ¿estamos respetando a la persona (ya sea un menor, adulto, persona con discapacidad)?, ¿estamos respetando todos los derechos que tenemos las personas?, ¿estamos procurando una vida digna, con capacidad de elección? No, no lo estamos haciendo. Pero por desgracia vivimos aún en una sociedad que se cree con el derecho o deber de imponer estas consecuencias cuando hablamos de niños/as o personas con diversidad funcional.

Leer más: ¿QUÉ SON LOS CASTIGOS?